viernes, 22 de febrero de 2008

CUENTO

Sombrero de soles

En una tarde de siesta le contaba a mi pequeño nieto que una vez… cuando yo era chiquita como él, había viajado en tren al campo con mi abuela y para la ocasión mi mamá me había confeccionado un bonito vestido amarillo como el trigo maduro, con dibujos de diferentes tamaños de estrellas color tan marrón como el chocolate.
Dicho vestidito formaba conjunto con un sombrero, del que me sentía orgullosa y coqueta. Por supuesto como toda niña y quizás un poco más por ser criada por abuelos, era muy caprichosa.
-¡No saques la cabeza por la ventanilla! -repetía mi abuela una y otra vez-¡Es peligroso y además con el viento se te va a volar el sombrero!
Vanas palabras en mis rebeldes oídos.
Por indeclinable lógica, el sombrerito voló por esos campos, como si las estrellas del
diseño desafiaran al sol que resplandecía en ese momento sobre los campos sembrados.
Y así, mientras continuaba con el relato, revivía yo ese momento único de mi infancia, evocando con ternura la desolación que sentí cuando ese viento con olor a campo y sol
me arrebatara para siempre mi preciado sombrero.
Repicaba todavía en mi memoria el sonido de la locomotora y la voz de mi querida abuela -¿Viste? …¡Yo te dije…! Bueno… no importa…¡tendrás otro! -¡¡¡No…no…y no…yo quería ese!!!
Mi recuerdo fue interrumpido por la vocecita de mi nieto- ¡No te pongas triste…Labu!
porque yo, mientras me contabas…¡Salí corriendo…corriendo…,agarré fuerte el sombrerito y te lo guardé en una cajita, para que no se te vuele nunca más!
Embargada de emoción le respondí amorosamente-Sí…esa cajita es la de los recuerdos y allí se conservará para siempre.
Seguramente guardado en ella, estará mi sombrerito cuajado de estrellas color chocolate, rescatado por mi nieto…allá en mi niñez, mientras el sol del mediodía bañaba los trigales.
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Marta Duhalde
2004

jueves, 21 de febrero de 2008

SUEÑOS

SUEÑOS

Soñó que estaba soñando y en ese sueño soñado
El reía, la besaba... y la mano en su cintura, le indicaba pertenencia
La sonrisa ancha y franca del hombre que había logrado
Hacerle así, sin preámbulos, ni conceptos...
aprender a amar en sueños.

En la vida de verdad, no en la que vivía cuando cerraba los ojos y creía que dormía, eran personas muy serias, atadas a sus principios, sus rutinas y sus leyes.
Pero cuando se concentraban en la calle de los sueños...
Desafiaban toda regla y se desangelizaban, amándose sin reparos.

Al principio no sabían porque después de soñar
Luego de romper rutinas, sus miradas se encontraban, se rehuían... teñidas de complicidad.
En este sueño soñado sabían o adivinaban
Que algo habría de cambiar.

Se encontraron casualmente en un sueño... no soñado
y los dos se sorprendieron, se miraron, se acercaron
No supieron, no entendieron quienes eran, en la calle de los sueños
Despertaron suavemente, con los ojos en los ojos
él rió, la abrazó y la mano en su cintura le indicaba pertenencia.






Marta Duhalde
2005