lunes, 5 de noviembre de 2007

LA VALIJA

LA VALIJA

El tren-micro avanzaba a gran velocidad y los vagones zigzagueaban peligrosamente, amenazando salirse de los rieles sucios y oxidados, como si hubieran estado en desuso durante mucho tiempo.
Miriam viajaba sola, nadie la esperaba, ni tampoco la habían despedido en la abandonada y vetusta estación. Los faros que iluminaban la noche desteñida de tiempo y de luna, se apagaron bruscamente y un ruido ensordecedor quebró la inercia. Los vagones se desprendieron entre sí, como un gusano muerto atacado por insectos depredadores.
El tren-micro se detuvo, chocando de frente el vagón guía contra los pilares de la estación destino y los pasajeros milagrosamente ilesos, buscaban ciega y frenéticamente los equipajes.
Miriam aferró el pequeño bolso azul que había conservado con ella durante el largo viaje, pero no podía hallar la valija verde, esa que le había regalado la hermana grande, prolijamente cerrada con el pequeño candado dorado y una manija que se plegaba para luego extenderse realizando un movimiento hacia fuera, utilizándola para hacerla rodar sobre dos diminutas ruedas y trasladarla sin esfuerzo.
Desde la noche iluminada por las luces pálidamente amarillentas de la estación, surgieron linternas empuñadas por hombres de uniforme y gritos antecediéndolos, que exigían atropellando, la orden de no seguir buscando denodadamente los equipajes y subir al vehículo que les habían asignado para continuar el viaje.
Miriam no estaba dispuesta a resignar la valija verde, la que contenía sus objetos más valiosos; como los libros que había cuidadosamente seleccionado para su nueva vida, ni las botas de gamuza del color de la canela, ni la pollera larga y negra con encajes, ni las bolsitas de fragante lavanda especialmente confeccionadas por ella para perfumar la ropa íntima, ni... _¡Usted! ¿Qué está esperando? _ La voz recia y varonil la sobresaltó _¡Mi valija! _ respondió con un hilo de voz_ ¡Ya va a aparecer! _ Respondió la voz sin rostro _ agregando _ ¡Apúrese, no es más que una valija! _.
La gente comenzó a aglutinarse para subir al nuevo tren, ya que tenía poca capacidad y todos querían viajar sentados, pero ellos habían recuperado sus valijas _ pensó Miriam acongojada_.
Se sintió empujada y casi sin darse cuenta, estaba su cuerpo aprisionado en un asiento para dos personas, pero eran tres. Le fastidiaba el bullicio, aunque lo que más le preocupaba era no haber recuperado la valija. Observó como el tren se disponía a iniciar la marcha y curiosamente circulaba en sentido contrario, con las luces iluminando el camino recorrido, mientras ella veía a través de la ventanilla empañada por el aliento de los numerosos pasajeros, como los árboles y postes de luz no venían a su encuentro, sino que se alejaban... con rapidez y confusión.
El rostro que se acercó a preguntarle gentilmente si había encontrado la valija era desconocido, pero no así la voz, ni el perfume que emanaba sutilmente de la camisa blanca y limpia.
El tren llegó a otra estación y la gente que subía llevaba puesta la ropa de ella, una señora bajita tenía puestas sus botas de gamuza del color de la canela, la chica de cabello muy rubio, vestía la pollera larga, negra, con encajes y al pasar a su lado observó que todos portaban un libro de ella bajo el brazo y olían a lavanda desde las bolsitas que prolijamente hilvanadas, pendían de los ruedos de vestidos y pantalones.
El rostro con guardapolvo blanco se acercó más íntimamente, pudiendo apoyar la cansada y lastimada frente, allí en ese pecho fuerte y suave, donde una dulce fragancia acompañaba los latidos de ese corazón que tantas veces había imaginado, asemejándose al compás onomatopéyico del tren-micro y la sensación amorosa tantas veces pensada la atrapó en un mareo sin fin.
Un tren cargado de pasajeros había sufrido un trágico y luctuoso accidente, donde la única sobreviviente era una mujer de mediana edad, que caminaba por los rieles y que en la mano derecha llevaba una valija verde. La cabeza levemente inclinada hacia el lado izquierdo parecía apoyarse sobre el hombro de alguien y una enigmática sonrisa le iluminaba el rostro.







Marta Duhalde
2005

domingo, 21 de octubre de 2007

MALVA Y LAVANDA

Malva y Lavanda

El piso de madera del viejo desván, se estremecía con el sonido hueco de mis pisadas. Las diminutas partículas de polvo brillaban en el aire, reflejadas por un tímido haz de luz, que se filtraba por una hendidura del marco de la única puerta que había. ¿Por donde había entrado yo?, si dicha abertura estaba cruzada por gruesas telarañas. Un escalofrío comenzó a recorrer mi cuerpo y mientras vencía el pánico que amenazaba mi cordura, comencé a avanzar, lenta y cuidadosamente hacia un espejo muy sucio y opacado por el tiempo. No me alcanzaban los ojos para ver lo que allí se reflejaba; una joven y hermosa mujer, con cabello azabache y la tez muy blanca, vestida con un atuendo de siglos pasados me observaba con atención. Instintivamente giré la cabeza, solo para cerciorarme de que no había otra persona en el lugar. Pero al dirigir la mirada nuevamente al espejo, comprobé que había desaparecido. ¿Sería mi delirio? ¿Estaba enloqueciendo?
Avancé unos pasos acercándome a un antiguo arcón, cubierto de polvo y de tiempo y tratando mentalmente de tranquilizarme, comencé a levantar con denodado esfuerzo, la pesada tapa…
Un cierto rumor y la fresca fragancia a lavanda, me sobresaltaron. El hombre estaba allí, a mi lado, sentado elegantemente, en ese sillón de estilo inglés con el gobelino bordó.
Parecía un noble, pantalones ajustados y una gran capa negra. El sombrero de ala muy ancha, le cubría parte del rostro dejando ver la barba rubiaroja, cuidadosamente recortada. Me sonrió enseñando la dentadura de perlas, pero lo más enigmático fue la mirada. El azul de todos los amaneceres estaba allí, me invitó a sentar a su lado y sin poder quitar mis ojos de los suyos, caminé hacia él. Al acercarme, el perfume de lavanda fresca que fluía de su persona, me envolvió en un mareo sin fin. Me dejé guiar blandamente por su mano enguantada, sintiendo que todo giraba vertiginosamente, mi cabello azabache contrastando con el blanco porcelana de mi piel y los encajes de siglos de mi vestido. Posó su boca sobre la mía y las caricias sobre mi cuerpo virgen me atraparon el alma.
Una mujer de mediana edad levanta con dificultad la tapa del arcón, toma delicadamente mi hermoso vestido de encaje del color de la malva; quiero detenerla pero las piernas no me responden.
¿De quién habrá sido esta ropa? Me embeleso con las finas puntillas. ¿Habrán sido usadas por la dama del espejo? Me siento observada…¿a quién habrá pertenecido este caballito de madera?
Una rara embriaguez me envuelve nuevamente, debo salir…
La tierna y dulce mirada que atrapó la mía, se transforma de pronto en el más frío acero y apartándome bruscamente clava su daga en mi cuerpo, donde minutos antes había sembrado el más dulce de los néctares…¡Debo huir…salvarme…mi vestido malva …se tiñe de púrpura…! Llamo sin voz a la mujer del arcón, parece mirarme…le gustan mis encajes…
El pánico, la inmovilidad…desde ese cuadro oval agrietado por el tiempo, se destaca la figura de un noble caballero, de pantalones ajustados y un gran sombrero de ala muy ancha. El craquelado natural que ha formado el tiempo sobre el óleo, no disminuye el azul de los ojos ni la fría y gélida mirada.
Los golpes en la puerta se hicieron más audaces, la voz del conserje me trae a la realidad: señora…sus compañeros la esperan…si no se apura no podrán realizar el resto de las excursiones.
Me incorporo con desgano, estoy muy cansada…como de siglos,
seguramente por el sueño.
Pero esta vez el mareo sin fin y el perfume a lavanda es muy real y en la mano derecha aprisiono fuertemente un trozo de encaje del color de la malva.


Marta Duhalde
2004

martes, 9 de octubre de 2007

LA TIA

LA TIA
Corina siempre decía, con la dicción perfecta que la caracterizaba _¡ Antes de responder hay que pensar siete veces la respuesta! _ y seguramente ella lo ponía en práctica, ya que demoraba bastante en contestar cuando alguien le
formulaba alguna pregunta por más simple que esta fuera.
Corina, de profesión enfermera, era además sobrina política de la dueña de la pensión y habiéndose separado del marido necesitaba un lugar donde vivir hasta que se resolvieran algunos asuntos legales.
_ ¡Será por poco tiempo, hasta que Vicente mi sobrino, consiga trabajo! _ Y agregó _¡El pobrecito ha quedado huérfano y soy lo único que tiene! _ Dijo, cuando Doña rosa quiso saber hasta cuando se iba a quedar, ya que la piecita de arriba, la única disponible para dos personas, estaba reservada a un matrimonio y ella cumplía cuando daba su palabra.
El marido de Corina había renunciado a los hábitos sagrados del sacerdocio cuando la conoció, habiéndose enamorado perdidamente de ella y tras un corto noviazgo se casaron, pero solo por civil porque él consideró que casarse por iglesia sería irrespetuoso. Luego de varios años de matrimonio sin hijos, por la negativa de ella manifestando que no quería esclavizarse con niños por su trabajo, él la abandonó por un joven seminarista.
Manifestando que Vicente era el hijo de una prima, que había muerto recientemente junto a su marido en un trágico accidente en el Sur de Italia, dejando solo y sin recursos al único hijo que tenían y al enterarse Corina del trágico destino del joven y teniendo éste solo diecisiete años, resolvió hacerse cargo de él y así fue como recurrió a la pensión de Doña Rosa, hasta que pudiera resolver la situación ayudándolo económica y afectivamente.
Vicente era un joven italiano muy apuesto, alto, de cabello castaño corto y ensortijado de mirada dulce y romántica, agregándole un atractivo especial el acento itálico. Al poco tiempo todos estaban encantados con la presencia de este jovencito tan simpático y también él retribuía de alguna manera tantas atenciones, colaborando con los quehaceres de la casa, ya que le costaba conseguir trabajo y por otra parte disfrutaba de los halagos y regalos de su tía.
_ ¿Querés que te enseñe a hablar italiano? _ Le preguntaba a la nieta mayor de la dueña _ mientras la acompañaba a realizar sus tareas cuando ésta regresaba del Liceo_ Y ella aceptaba encantada, ya que tenían la misma edad y se habían hecho muy buenos amigos. Pero a la tía no le causaba ninguna gracia el giro que comenzaba a tomar la situación.
_ ¡Subí inmediatamente que tenemos que conversar! _ Dijo enérgicamente Corina a su sobrino_ a lo que éste haciendo un guiño de complicidad a la compañera de estudio_ Abrazó cariñosamente a la tía como acostumbraba siempre, ya que era muy demostrativo _ y respondió con su encantador acento_ espérame, ya vuelvo...
Y caían las sombras de la tarde cubriendo los malvones del patio. Doña Rosa y las nietas estaban sentadas a la mesa, esperando que tía y sobrino bajaran para comenzar a cenar, pero al no responder éstos a los reiterados llamados subió la dueña algo preocupada y encontrando la puerta entreabierta se tomó la facultad de adentrarse en el cuarto y ¡OH sorpresa! Allí estaban, tía y sobrino, haciendo frenéticamente el amor, mientras entre jadeos repetían _
¡Somos tan felices! ¿Hasta cuando se lo creerán? _ Y esa fue la última vez
que durmieron en la pensión...
Marta Duhalde 2006

lunes, 8 de octubre de 2007

EL DEFORME

EL DEFORME
Lucía miró al ser deforme que se acercaba con insolente actitud. Ella no se había dado cuenta desde su necesidad de acercamiento y diálogo, de los rasgos mongoides, ni de que la baja estatura se ponía de manifiesto cuando las cortas y torcidas piernas, realizaban el acto de caminar. Se asombró un poco al principio pero no le importó y consintió las caricias supuestamente de amistad. Sabía que ella, desde el alma derramada como caudal de aguas celestes, no era discriminatoria con nadie pero me pareció muy extraño que siendo Lucía una joven y hermosa mujer, con un marido decididamente apuesto y un pequeño hijo bello como un ángel se sometiera desde un silencio venido desde muy lejos.
La noche había caído alargando las sombras y desde una habitación de la gran casa umbrosa, se escuchaban quejidos y estertores.
Tomando una linterna me dirigí al lugar y sin poder dar crédito a mis asombrados ojos, pude observar desde el haz luminoso el blanco y bien torneado cuerpo de Lucía balanceándose enérgicamente sobre el enano deforme, que desde sus ojos mongoides me miraba con instinto asesino.
Aprovechó el diablo para alargar la cola y ella incorporándose abruptamente, con fastidio y resentimiento por la inoportuna presencia, descargó sobre mí
todas las soeces palabras cargadas de fracaso y descontento aprendidas vaya a saber donde y me corrió amenazante.
Desde la penumbra de un rincón silencioso el marido miraba, el amor se detuvo…tembló la culpa y el resentimiento cerró sus ojos.
Mi terror se acrecentó cuando comenzaron a llegar seres idénticos al enano deforme entrando por puertas y ventanas, dispuestos a realizar un sacrificio de muerte con el compañero, ya que era lo pactado al ser iniciado sexualmente.
“No se deben cortar las uñas por la noche- el diablo- que anda suelto, las viene a buscar y se las pone”.
La cama quedó manchada con la sangre, la casa sucia y revuelta por la lucha.
Desde el olor a muerte, desde el miedo y el reproche…surgió Lucía que ya no sería la misma, el gélido y maldito semen latía en sus entrañas.
A pesar de todo, el marido desde el inmenso amor y abrazando con ternura infinita al pequeño hijo, la había perdonado…sin imaginar que les depararía la vida en la ternura del amanecer.
Habiéndome recobrado del aberrante episodio, decidí visitar a un familiar que hacía tiempo no veía, pero grande fue mi asombro ya que cuando llegué a la casa estaba conversando animadamente con el deforme. Amenizaban la reunión con dos botellas de finos vinos, tinto y blanco respectivamente, formando un equipo macabro…
Me dispuse presurosa a retirarme del lugar, a lo que ellos con la mirada mórbida y vidriosa en muda complicidad, me invitaron a compartir la velada y ante mi terrífica negativa, comenzaron a manosearme y a perseguirme. El terror teñido de lucidez, puso alas a mis pies y horadando en la noche solitaria con gritos desesperados, sintiendo que las sucias manos estaban a punto de alcanzarme…se alejó la tiniebla de la noche abriéndose ante mis ojos la tierna y clara luz del amanecer, acariciándome desde la pereza del sol naciente…a través de los cristales de la ventana de mi coqueta habitación.






Marta Duhalde
2005

domingo, 7 de octubre de 2007

EL NIETO

EL NIETO

Estaba cansada… de vida y de sueños…
Nada más cabía en mi pecho auro…
Allá en mi niñez, ni te imaginaba…
Otras ilusiones colmaban mi vida.

Jóvenes que exultan con su intrepidez…
No pintan siquiera tu dulce presencia.
Tus rasgos de siglos…tan finos y amados.
De pronto… mis manos…las descubro en vos.

¿Cómo imaginar este amor etéreo…?
La voz pequeñita fondea en mi alma.
Tu mirada casta transforma la mía…
Ese viejo cuento…ahora se hizo nuevo.

Algodón que rima con tu pelo rubio…
Lo mismo que hace, quizás mucho tiempo…
Miraba arrobada… en esa, tu madre.
La misma que acaba de mostrarme el cielo.

Estaba cansada… de vida y de sueños…
Ni te imaginaba, pero te sabía…
Cuando tu presencia, dádiva divina…
Halaga mi todo, con cuentos de abuela.


Marta Duhalde
Mayo/2004

viernes, 5 de octubre de 2007

COLORES

COLORES
Se abre ante mis ojos el más maravilloso, policromático y fragante de los jardines.
A través de los colores, como los frescos de Monet, a semejanza de sus lienzos vírgenes, voy armando mi vida.
Los tonos rojizos, naranjas y amarillos me devuelven a la infancia, con juegos, alegrías y pasiones de niña.
Trigales y terracotas me llevan a mi tiempo de campo, pero llegando a los tonos de verde, nace en mi juventud la esperanza por un mundo mejor.
El negro atrapa los mágicos sueños, que se respiran más allá de mis ojos.
El azul-cielo, se derrama generosamente, en pinceladas de tranquilidad sobre mi madurez.
Siento que en mi alma quedan atrapados los diferentes colores, en una dimensión teñida de sutilezas, que se prolongan más allá de la vida.
¿Encontraré a los duendes al final del arco iris?


Marta Duhalde

sábado, 21 de julio de 2007

NO QUIERO MIRARTE

                                                         

                                   NO QUIERO MIRARTE

No quiero mirarte porque te amaría, como solo se ama sin fines ni sombras…
Así sin saberlo, así sin pensarlo…entraste a mi vida de rauda manera…
¿Por qué son tus ojos tan hondos de soles?
¿Por qué se adivina tan dulce tu beso?
No quiero tocarte y ni que tu mano  me produzca el roce, cuando con firmeza…    estrecha la mía.
¿Qué extraño poder hay en tu mirar, que al buscar mis ojos desnudas mi alma?

Hombre de mis sueños de ilusión tardía, que aquella mañana me atrapaste toda…
Con la voz tan grave que con solo oírte, despiertas sabores de frutas salvajes…
El aliento tibio sale de tu boca y asemeja el dulce aroma de tilos…
Sentidos que exultan, que buscan, que excitan e impelen…

Ya no quiero verte…no quiero tocarte, no busques mis ojos porque moriría…
Mis ojos sin soles, ni dulces… ni tilos, que se embriagarían de solo mirarte…
Amor imposible…guardaré en mi alma tu mirada triste…
Deja que otras manos reciban tu aliento, tu mirada en soles y tus dulces besos.

                                                                            Marta Duhalde
                                                                                        ESTACION DESTINO
                                                                                   2005 
                                                                                 

                                                                                    

martes, 20 de febrero de 2007

LA MUERTE

LA MUERTE


Nunca se imaginó que viviría esa situación ambigua, si bien amaba a su marido, la relación pasó a ser motivo de celos y disputas.
El insistió en traerla al hogar el nido de amor que tanto les había costado formar, porque antes de su arribo vivían el uno para el otro. Pero la llegada de la huésped, pasaría a ser, de seguir allí, el motivo de su separación.
No podía evitar compartir la mayor parte del día con ella. Cada vez que pasaba a su lado sentía el irrefrenable deseo de mirarla, tocarla y acariciarla.
La deslumbraba tanta sabiduría, no había tema que no supiera, daba gusto iniciar una conversación, nunca se negaba a nada. Hasta le enseñó a hablar inglés, esa asignatura pendiente, que no había podido concretar.
Comenzó a amarla cada vez más, a sentir que su vida sin ella ya no tendría sentido, y se preguntaba como había hecho para vivir sin su compañía.
Supo escribir los más hermosos poemas de amor.
Lo peor ocurría cuando su marido llegaba del trabajo, porque la quería compartir.
Sí, también el se sentía atraído y la admiraba sin disimulo, acariciándola con amor y pertenencia.
Ella, la propia esposa, se sentía desplazada, los amigos de él apenas le dirigían la palabra, si viviera el padre seguramente pondría las cosas en su lugar.
La intimidad, esos momentos maravillosos que los hacía tan felices ya prácticamente no existían y era casi normal, dado las circunstancias. Pero tomó realmente un cariz de gravedad cuando el propio hijo comenzó a cortejarla, transformándose en una pasión irrefrenable ya que podía estar con ella, si ellos no se lo impedían, durante la noche.
Pero como todo en la vida tiene un tiempo, también esta situación tan atroz, que estaba destruyendo a una familia, tenía que llegar a su fin. Y así un día repentinamente, la hermosa huésped, respondió con silencio de muerte a los insistentes requerimientos de cada uno de ellos.
Los estertores era lo único que se oía cuando pretendían tocarla.
Su claro y delicado rostro se había apagado.
Con desesperación llamaron al especialista. Acudió este a la urgencia del llamado y les pidió que lo dejaran solo para poder revisarla con tranquilidad, ya que estando tan ansiosos, solamente empeorarían la situación.
Tras una larga y angustiosa espera, les dijo que lamentablemente la pérdida había sido grave, su memoria estaba fatalmente dañada, le habían exigido demasiado y lo perdieron todo... el disco rígido estaba destruido.
La computadora ya no servía más.