domingo, 21 de octubre de 2007

MALVA Y LAVANDA

Malva y Lavanda

El piso de madera del viejo desván, se estremecía con el sonido hueco de mis pisadas. Las diminutas partículas de polvo brillaban en el aire, reflejadas por un tímido haz de luz, que se filtraba por una hendidura del marco de la única puerta que había. ¿Por donde había entrado yo?, si dicha abertura estaba cruzada por gruesas telarañas. Un escalofrío comenzó a recorrer mi cuerpo y mientras vencía el pánico que amenazaba mi cordura, comencé a avanzar, lenta y cuidadosamente hacia un espejo muy sucio y opacado por el tiempo. No me alcanzaban los ojos para ver lo que allí se reflejaba; una joven y hermosa mujer, con cabello azabache y la tez muy blanca, vestida con un atuendo de siglos pasados me observaba con atención. Instintivamente giré la cabeza, solo para cerciorarme de que no había otra persona en el lugar. Pero al dirigir la mirada nuevamente al espejo, comprobé que había desaparecido. ¿Sería mi delirio? ¿Estaba enloqueciendo?
Avancé unos pasos acercándome a un antiguo arcón, cubierto de polvo y de tiempo y tratando mentalmente de tranquilizarme, comencé a levantar con denodado esfuerzo, la pesada tapa…
Un cierto rumor y la fresca fragancia a lavanda, me sobresaltaron. El hombre estaba allí, a mi lado, sentado elegantemente, en ese sillón de estilo inglés con el gobelino bordó.
Parecía un noble, pantalones ajustados y una gran capa negra. El sombrero de ala muy ancha, le cubría parte del rostro dejando ver la barba rubiaroja, cuidadosamente recortada. Me sonrió enseñando la dentadura de perlas, pero lo más enigmático fue la mirada. El azul de todos los amaneceres estaba allí, me invitó a sentar a su lado y sin poder quitar mis ojos de los suyos, caminé hacia él. Al acercarme, el perfume de lavanda fresca que fluía de su persona, me envolvió en un mareo sin fin. Me dejé guiar blandamente por su mano enguantada, sintiendo que todo giraba vertiginosamente, mi cabello azabache contrastando con el blanco porcelana de mi piel y los encajes de siglos de mi vestido. Posó su boca sobre la mía y las caricias sobre mi cuerpo virgen me atraparon el alma.
Una mujer de mediana edad levanta con dificultad la tapa del arcón, toma delicadamente mi hermoso vestido de encaje del color de la malva; quiero detenerla pero las piernas no me responden.
¿De quién habrá sido esta ropa? Me embeleso con las finas puntillas. ¿Habrán sido usadas por la dama del espejo? Me siento observada…¿a quién habrá pertenecido este caballito de madera?
Una rara embriaguez me envuelve nuevamente, debo salir…
La tierna y dulce mirada que atrapó la mía, se transforma de pronto en el más frío acero y apartándome bruscamente clava su daga en mi cuerpo, donde minutos antes había sembrado el más dulce de los néctares…¡Debo huir…salvarme…mi vestido malva …se tiñe de púrpura…! Llamo sin voz a la mujer del arcón, parece mirarme…le gustan mis encajes…
El pánico, la inmovilidad…desde ese cuadro oval agrietado por el tiempo, se destaca la figura de un noble caballero, de pantalones ajustados y un gran sombrero de ala muy ancha. El craquelado natural que ha formado el tiempo sobre el óleo, no disminuye el azul de los ojos ni la fría y gélida mirada.
Los golpes en la puerta se hicieron más audaces, la voz del conserje me trae a la realidad: señora…sus compañeros la esperan…si no se apura no podrán realizar el resto de las excursiones.
Me incorporo con desgano, estoy muy cansada…como de siglos,
seguramente por el sueño.
Pero esta vez el mareo sin fin y el perfume a lavanda es muy real y en la mano derecha aprisiono fuertemente un trozo de encaje del color de la malva.


Marta Duhalde
2004

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